Tuesday, December 27, 2005

Olguín, el origen.


Como toda obsesión, el olguín tiene un origen. Un día desprensivamente ocurrido, una fecha, una semilla. De la fecha no me acuerdo debió haber sido a mediados del 2002, vivía en duble almeyda, en un taller de pintores, estaba recién separado de alejandra, la mamá de valentina (chicurita mi hija), y empezaba una relación con la rosario. La casa era grande y vieja, y estaba volviendome loco de soledad, creía que me vigilaban desde el edificio de enfrente y dormia con un cuchillo apretado en mi mano. Me levantaba en la madrugada y me iba a jugar fliper a irarrázaval. Me acuerdo que estaba escribiendo unos textos sobre un gigantezco maizal que cubría toda ñuñoa , el roca shop, las lanzas, y toda esa mierda. No había habitantes, solo mesas verdes y yo, porsupuesto, creo que era una proyección de lo que me estaba pasando, porque viviendo en esa pocilga, llena de pulgas y ratones, me estaba volviendo loco. Entonces al vadim se le ocurrió que Barco Ebrio tenía que dárselas de productora de eventos y organizamos unas tocatas en super salon, el local de los castro y guatón salinas (no se si era socio pero era como de la familia). Y el vadim, que es todo un diseñador en el closet, diseño el primer afiche del evento y PAF, ahí estaba Hernán Olguín, directamente sacado de la portada de mundo 83. Entonces cuajó, los fliper, la soledad, el olguín. Antes de que la Carmen publicara el primer texto en plagio 7, yo había leido los primeros poemillas del olguín en el extinto Moma, en lo que fue la primera lectura de poesía con música electronica que se hizo en chile, según el reporte de vadum en la zona, y otros tantos en el encuentro de poetas en san felipe, donde los poetas de sanfe me miraron como si hablara otro idioma. Luego, la plagio 7, como ya dije, y un pequeño, pequeñísimo revuelo entre los poetas, después episodios memorables, como la vez que hablé con la hija del olguín, y la mini entrevista en lun. Después de estos años olguín entró de nuevo a una transformación y seguro que sale algo mejor que lo que llegó a las finales del concurso de inéditos del consejo del libro, algo no tan desquiciado, como me dijo el tomás harris, un pco de ayuda al lector, me tinca que le falta, estructura, estructura, capítulos y todo, de eso se trata esta última entrada a pits. Lo desquiciado se queda definitivamente, y el Olguín tb, por supuesto, que despues de todo esto me parece que uno de estos días va a salir caminando del papel, como la samara morgan del aro.
El dibujo es de juaquín Cociña y es ni más ni menos que el olguín en persona.

Monday, December 12, 2005

invierno 2004

Tuve un sueño,

estabamos tú y yo
en una habitación de hotel en Lisboa

desde la ventana se podía ver la bahía
llena de embarcaciones blancas

un sol enorme, sobre el mar y la tierra,

entre nuestra ventana y el mar
se extendía un campo de girasoles.

Desperté sobresaltado

¿Dónde estamos? -te pregunté-

-en mi casa- dijiste.

Entonces, tuve miedo de mí.

Thursday, December 01, 2005

uno


El calor desproporcionado de Santiago llegará pronto. Tal vez en dos a tres semanas más. Odio el calor desproporcionado de Santiago, es como una puta ola roja que llega de improvisto llenándolo todo con un sopor oscuro parecido al movimiento del agua de los pantanos o un río negro lleno de peces muertos. Odio el calor y odio tener hambre. No puedo trabajar con hambre, ni hablar, ni mal decir. Cuando tengo hambre y calor es lo peor que me puede ocurrir soy como una bestia erizada y silenciosa a punto de estallar. No quiero que nadie se me acerque y podría matar por un poco de sombra, como el protagonista del extranjero, Malraux, ese que le disparó a un turco porque su presencia le impedía llegar a la sombra. Gruñidos y disparos, de eso se trata el calor.
Estos son los últimos días de plácida primavera, vendrá el verano y Santiago entre las 10:30 y las 8 de la noche será una caldera, me gustaría que aumentaran los homicidios, yo mataría por un poco de sombra, pero los santiaguinos se quedan pasmados y atónitos bajo el sol imperturbable, murmurando inmóviles donde los pille el calor, como lagartijas. Me gustaría que mataran por un poco de verde frescor bajo un árbol, me gustaría que Santiago tuviera un solo árbol, me gustaría ver a miles de Santiaguinos peleándose por un centímetro de sombra, golpeando la cara y el costado del otro, mejor aún, armados, con palos, cuchillos y armas automáticas, no quedaría ninguno, sería un reguero de sangre y tripas, bajo el único árbol de Santiago.
Tenía la Sensación de que Santiago era una garganta a punto de estallar. Primero pensé que era una garganta cortada, de esa que tira chorros violentos de sangre negra cuando un cuchillo la abre de un golpe. Pero luego pensé en la noble y a veces exasperante contención de los santiaguinos, su amargura mezclada con una buena dosis de rigidez, un excesivo apego a la regla y al protocolo que les impide obrar con espontaneidad. Torniquetes más que flujos libres, compuertas y canales a presión más que anchos y tranquilos ríos por donde el agua circula libremente. Una garganta hinchada me parecía una imagen más certera que un derrame constante de sangre, porque este Santiago, no grita, no maldice, no llora a gritos, y en el aire, la única palpitación: una aplastante y conmovedora plegaria por el silencio
Es difícil saber de donde viene el miedo, de la misma forma que es difícil saber de donde viene el golpe de la ira, como si la sangre de pronto se hiciera más pesada, así como un oso que ha devorado un ciervo entero y se interna lentamente en la espesura. Así el ojo de la ira aparece y desaparece en medio de la niebla y el tedio.
No puedo responder estas simples preguntas, ¿de dónde?, el miedo y la ira. Tengo la sensación de estar perdiendo los recuerdos, a veces el ladrido interminable de los perros el zumbido metálico del refrigerador se confunden con el sueño, como si el agua se mezclara con la niebla y los árboles se llenaran de un líquido pastoso, y mi silueta, en medio de aquel bosque de árboles vacíos, se quedara inmóvil con el corazón apretado y la boca llena de sangre. Entonces recurría al sopor del alcohol y las pastillas.
Es difícil saber de donde provenía el miedo. Pero a veces creo tener ciertas visiones que pueden responder esta pregunta.
Un cántaro. Un cántaro lleno de una materia cartilaginosa, móvil, adoptando diversas figuras; rostros, peces, brazos, lenguas, en medio del sueño me asomaba lentamente al cántaro, para luego cerrar los ojos y despertar.
Las noches antes de empezar a escribir esto habían sido una tortura, escasamente tangibles, leves, transparentes. Había sudado tanto que mi cuerpo temblaba por un poco de agua. Tenía fiebre y me dolían los ojos, el fondo de los ojos. No podía comer y mi rostro seguramente delgado y demacrado horrorizaba a Elisa, que venciendo mis gruñidos y disparos, me visitaba de vez en cuando para darme algo de comer y dormir junto a mí. En el cántaro de la habitación el calor confundía mi sudor y el de Elisa, tendidos en la oscuridad, rodeados, del zumbido del refrigerador y el eco del pavimento roto por el sol, cerrábamos los ojos.
Había dejado de amar a Elisa desde hace tiempo, sólo me unía a ella una extraña sensación de dependencia, me cuidaba de vez en cuando y creo que ella se sentía útil y necesitada cuando lograba sacarme de mi inmovilidad y mi abulia, a eso no se le puede llamar amor. Pero ¿a que se le puede llamar amor?, a los destellos, el resplandor de los recuerdos, esa repentina y violenta impresión de que el peso del mundo no existe, que te has liberado del tiempo y los rostros y que en medio de la niebla, aparece una silueta, una trozo de espalda, un solo rostro que amas desesperadamente. Quería amar a Elisa, entregarme a ella de la forma más desinteresada posible, dejándolo todo, olvidándome de mis propias palpitaciones, respirar lo que ella respiraba, comer lo que ella comía, quería que fuéramos un solo cuerpo, enterrarme en ella, dejar cada hueso en esa mortaja, pero había perdido esa capacidad y el único método de autodestrucción que me quedaba era visitar a ciegas mi propio túnel, recorrer el cántaro que aparecía en los sueños, beber de esa agua oscura y espesa, aunque la garganta se rompiera y en mitad de la noche transparente sólo quedara un inmenso grito
Había dejado de amar a Elisa desde hace tiempo. Nos conocíamos desde los 18 años y habíamos estado juntos formalmente sólo uno. La volví a ver años después cuando mi temporada en la clínica de rehabilitación aparentemente había terminado. Cuando me vio debí haber estado hecho una mierda. Flaco, rapado, con un tatuaje de Hernán Olguín en la espalda. Esa noche se quedó conmigo, creo que por lástima, aunque eso ahora importa tan poco, recuerdo que llovió con fuerza sobre Santiago, era Julio, y la niebla empezaba a cubrirlo todo.
Fue de noche que conocí la transparencia y el tedio. La incapacidad para arrebatar de la tranquilidad un solo gajo de tiempo sin miedo. Tocaba la piel de Elisa y me amarraba a su cuerpo como el sediento que lleva desesperadamente el agua a su rostro con las manos ahuecadas. Elisa era una desconocida, nunca llegué a conocerla completamente, compartíamos los instantes en que la niebla se apoderaba de las cosas haciéndolas intangibles y lejanas, la cama revuelta, los escasos muebles, los papeles desperdigados por el piso, los platos sucios, el retorcido y constante zumbido del pequeño refrigerador, la luz débil y amarilla del farol contiguo a la ventana, atravesando lentamente la pequeña habitación, Elisa, desnuda, sentada en la cama, mirando los pequeños frutos rojos del pimiento que tocaban el cristal de la ventana.
Ahora lo sé, estaba enfermo, de una enfermedad que roía cada partícula dejando a su paso un temblor interminable. Estaba enfermo de tedio y ya ni siquiera quedaba el dolor para remover las cosas de su lugar.