Tuesday, November 06, 2007


Máfil


El retorno del agua a penas audible. Su quebrada certeza. Tu desnudez, al amparo de la oscuridad y el licor. El lugar en que de rodillas, esperé tu cuerpo que surcaba el légamo. La luz vuelve la faz a su gemelo. Y huye.






La turgencia traga los objetos y la luz. Donde la escogida ceguera precede al tacto. El único vestigio del día. La vigilia antes de la entelequia de la muerte. Las horas. Los segundos que escarban. Nuestra perdida certidumbre. Lejos de todo cuanto conocíamos.






Palpando. El vestigio de un tronco bajo el agua. Hacia la oscuridad. En el desquiciado anzuelo de la noche. El lodazal caliente donde tu pie escarba y desaparece.







Todo cuanto ha hecho la fuga. El acopio. El brote de la mandíbula. El abismo que marcha. El follaje hambriento. El río.

Todo cuanto ha hecho la fuga. Abandonarnos en la caverna de Tiresias. Sin habla. Palpando.







En la materia que deambula, el sol fragmentado palpita, un trozo tuyo que perdura. Una mano quieta toca mis labios y desaparece. Allá, en el lugar de los frágiles marsupiales una noche se torna otra noche.







La catástrofe apenas, en el rumor de lo que existe.

Una cuerda tensa la mano del titiritero.

Toma allí el camino del agua.

Redobla. Unge. Párpado armado. Mecanismo.







Una lengua aprehendida en los bordes del carnaval, el filo del desarme. La obstinada visión de los marsupiales mudos ante el primordial zumbido. Toda la quijada de este deseo. Su mordedura.







En medio de la sustancia, el agua oscura frente a nosotros. El acantilado donde tomé de tus manos, el único e inevitable temblor, la zarza desnuda, el ave y su incandescente faz.








En el fondo yace la piedra transfigurada. La materia jubilosa de la que estás hecha.

El humeante carbón en su bóveda. Abraza. Hunde. Se aproxima.

El rasgado sonido de tu cuerpo. El zumbido del huerto bajo los árboles rojos.








Trae el cordón su viejo manto. Al río sucumbe. Trozo. Ribera.

Trae y aguarda, el viejo manto. El mármol hundido. El renacuajo que huye.








Hunde en el tallo,

el imprevisto zambullido.

Luna que vibra y respira en la bóveda. Al cuerpo

y el sendero que toca, un punto inmaterial, el centro del pavor.

Viniste por mí

tenías puesta una mortaja

la orina y la sangre te recorrían las piernas.










Ese era el tiempo, dijimos.

El tiempo que disuelve los objetos y la luz.

La nada después de la nada.

El Leteo crepita frente a nosotros.

Caronte deja caer su pértiga sobre el légamo.










Jonás, por segunda vez

en el estómago de la ballena

sin más sonido que la sangre










En el ciego mecanismo del agua la gruta recobra su mudo principio.

Silencio sobre silencio. El insistente parpadeo de la tierra. Cuarzo. Estaño. Cilicio.

Tu cuerpo cruza el agua oscura. Persiste.









El abismo que cuidabas se vuelve un espejo. En su superficie una criatura cruza el límite y se reproduce. Buscaste el reflejo de tu rostro sobre el agua. En la fragmentada paciencia del río. Los ojos en la intemperie y el cruce. Hacia la desconocida profundidad. Extenuados. Danzamos sobre el trigo maduro.











La catástrofe apenas, en el rumor de lo que existe.

Una cuerda tensa la mano del titiritero.

Toma allí el camino del agua.

Redobla. Unge. Párpado armado. Mecanismo.












Diente. Útero. Brasa. Graznido. Centro tembloroso del sueño.

Fusión del día y de la noche, del grito y el estrépito.











Confundido con la oscuridad. Un breve racimo estalla.

Es tu cuerpo atado a la borrasca. Suspendido en la rueca

de un capullo dolorosamente finito.












Hormiguea la vergüenza. Otro escucha. Barrena.












Revela allí, donde escurre la arcilla,

El cántaro sumergido. La náusea de lo finito.

Un segundo que desesperado, escarba su propia corteza.

Desapareces en el agua. Desapareces en el agua. Desapareces en el agua.












Orada y vence

el espanto de los ojos entrecerrados

allí, el conjuro de la espiga.

Un pequeño río aterrador.

Refulge, trepana, arrulla, escalda.

Rueda con la tenue intensidad

El agua está en silencio

Los espejos arden entre los árboles.



0 Comments:

Post a Comment

<< Home