Thursday, March 16, 2006

dos

De la certidumbre del movimiento solo me quedaba la respiración como un extenuante y conmovedor vástago. La vida comenzaba y terminaba pegada al cuerpo, unida a la carne de una manera irremediable casi dogmática, y en aquella fusión, la insólita aparición de los hechos, tambaleantes en el escenario de la vigilia, se quedaban finalmente entrelazados al temblor de las palabras y el silencio.
Llegué a necesitar del silencio para sobrevivir al exceso. Y de alguna forma que no comprendía mi cuerpo estaba repleto de palabras, no lanzadas a la deriva, sino que ajustadas a un intrincado mecanismo de recuerdos y sensaciones. Me quedé tumbado sobre la cama, incapaz de mover un solo músculo. Elisa se vestía lentamente con el cuerpo confundido con la opacidad del amanecer, esa fue la última vez que la vi. El amor había quedado reducido a una totalidad absurda y trunca, un hecho aislado, una burla, un capricho finito, ridículamente finito. La inmovilidad era la única respuesta posible, una escapatoria prodigiosa y tan segura como la agonía. Llovía sobre Santiago. La densidad del agua envolvía los objetos dejando un único y tenue vestigio. Los frutos rojos del pimiento han comenzado a caer, en el pavimento helado se mezclan con la humedad y el polvo.

Tuesday, March 07, 2006

En la forma de los marsupiales, urdidos al hueco
mi cuerpo apretado a la deriva del espacio
como si esta lluvia fuera el contorno de un espejo
en donde mis dedos se deforman
como quisiera una estómago repleto
un útero repleto, una cavidad llena de espesa niebla
mientras el cruce de las sílabas y las pezuñas
causa un sonido agudo y deshabitado
allí, en la sordera

el agua de la lluvia llena el abismo de los marsupiales.