Tuesday, November 06, 2007


Víctor Sarmiento

comprende el tedio

“To say: I have lost the consolation of faith

though not the ambition to worship,

to stand where the crossing happens.”

Forrest Gander


De esta forma, en mi clavícula y mi lengua

la obstinada voluntad de la vigilia











Víctor Sarmiento comprende el tedio

aun cuando este se confunde con el sueño,

en el cruce hambriento de la costumbre y la horca de los días.

Amanece el roce de los labios sobre la espalda

el resplandor ilumina las ciruelas maduras

En la primera luz, los ojos le parecen órganos inservibles,

los precursores de una manía terca, un hecho aterrador y detenido.

En la cálida matriz del semejante, el hartazgo cede su lugar al sueño













Migra el silencio desde una casa en llamas hasta el vacío de la semejanza

el aguijón que busca una coordenada, en donde el hueso se precipita y desaparece

todo es hueso y coordenadas, repite, y en la memoria un griterío interminable

acercándose como un pedazo de pan que marcha sobre las brasas














Cava la raíz del geranio más allá de la vista

reconoce el gesto familiar del placer, con el hombro ahuecado

en donde el pelo húmedo y recogido deja caer el agua sobre su pecho
















Víctor Sarmiento comprende el tedio

le es normal como las evidencias de su cuerpo al tacto

o el silbido del aire que sale irremediable por su garganta

Una celda aun mayor que la rabia, es la prisión cálida del tedio

En la proximidad del cuerpo, un instante

la carne blanda de la ira, cuyos gajos cuelga, oblicuos y estáticos,

antes de los preciosos segundos que preceden a su mano acariciando

el inicio de una espalda inmóvil sobre la cama

El grito de las yemas, el placer sosegado avanza

desde el cuello hasta la cervical como un lento mamífero

El abrevadero que de noche tiembla con la proximidad de los caballos






















Con el miedo entrelazado un rostro

así, el retorno de esta plaga

la horca que mece los segundos

en el borde donde el agua golpea























en su lengua

otra lengua afilada

siguió con los labios

la línea del abdomen

sedado























Víctor Sarmiento comprende el tedio

al punto de oír, cortando la transparencia

una pequeña voz rugiendo

como si de pronto el cardo encendido tuviera su propia lengua

y el animal hubiese comprendido la simetría del fango






















La quemadura de la silueta aparece en fragmentos

la repetición del instante rompe la piel del sueño

este, sin embargo, prevalece

Los martillos repartidos entre los geranios

la sangre mancha la piel del oso polar engulle

Aquí la soga y la máscara

en la gruta deshabitada

en donde el agua escurre

como un animal devastado


















Veía el redoble de las hojas

urdidas al tallo, contemplaba el prolijo recurso

de las orugas, en su capullo colgadas, esperando

que sus cuerpos cambiaran hasta la cima de la esperanza

Sin embargo, le era imposible comprender la fe

La fe eclipsa el paso congelado de los segundos

mezclada con la esperanza, suele ser un mortífero tipo de explosivo























Era, desde luego, un retorno a la atroz semejanza

con la mano extendida sobre su faz, en cuclillas y en silencio

frente a la conmovedora persistencia de los objetos

Aquello que habla de sí con las manos atadas

una lengua súbita que recoge el aire de la aversión

con el sol fulminado, los rostros dentro de los espejos

semejantes al estallido arrancado de la vigilia

¿Qué queda entonces?

La suma de los fragmentos que cambian de forma

la insistencia de los geranios que encuentran agua en la materia revuelta





























Víctor Sarmiento comprende el tedio

como si fuera un escenario cuya fortaleza radica en la silueta de los objetos,

un marsupial que suspendido por los hilos de un titiritero flota sobre el agua negra

Pegado al sueño de los cuerpos

la imagen el desperfecto la aversión

una clase de tacto pronunciado y bélico

un cráneo que el silencio esculpe pegado a la certeza

El sol aparece entre los árboles

la mantis caza en el follaje del jazmín
























Así, el intervalo, en medio del azar y las partículas,

en donde el aspa le corta la garganta al sonido

cuatro veintiséis la proximidad de un cuerpo

la rebelión del agua en el hueco de la piscina

otra respiración que lo alimenta saciando un hambre tan distinta

el clavo del hartazgo su boca cortada

sobre el prado y rozando el cuerpo estático del mirlo


















Del otro lado, el tapiz del oído, y las puntas de los dedos

sobre la piel húmeda sucede el cruce del líquido y la desesperación

en las direcciones que dibujan las trizaduras del cemento

inundado de agua clorada, donde la oreja cautiva

emite un insoportable chillido, en aquella profundidad

la rótula ha perdido el habla





















Víctor Sarmiento comprende el tedio

de la misma forma que comprende la hilera militar de las hormigas

que llevan los trozos del mirlo hasta una profundidad austera

Perplejo y desnudo el hueso se hunde en el jardín





















Sumergido ciego inmóvil

escucha el chillido metálico de los codos que se estrellan en el fondo

Los cuerpos ovillados de los niños rompen la superficie

sobre el agua los redondos caballos de hule esperan el abandono





















El oxígeno horada con una cuchara el interior de los caballos de hule

el sol atraviesa el follaje de los helechos y se dispersa en millones de nervaduras

La boca hacia arriba la comisura

una gota de sangre que se desliza hasta la clavícula

Bajo la piel y cavando la marcha del hastío

pronuncia una vacuidad que no se repele

El animal levanta la cabeza

perplejo por la ausencia de depredadores



















Se queda inmóvil sobre el agua, suspendido en el tráfago

las manos empuñadas la mandíbula empuñada

mientras el espasmo atrapado en el diluido sol

impulsa un pequeño iceberg que tiembla en el reflejo

La extravagancia del miedo es un vestigio,

el trozo de una colmena abandonada bajo los árboles

el intervalo y su aguja la oreja prisionera en el follaje

Abre la boca

el aire entra de una vez

recoge los trozos del mirlo antes de su desaparición

y los reparte en la tierra mojada






Una manilla circular, donde la cuerda aprieta y levanta

la sombrilla el resplandor metálico del pica hielo hundido

en la cubeta pulida y la copa de un lado de la sombra del tendedero

que corta la superficie dejando los objetos simétricamente organizados

Recuerda la claridad de aquel día. Las secretas flores de los cáctus.

Su padre subía una colina polvorienta marzo

se había secado la hiedra que poblaba las rocas

en el Pucara de la cima el viento roía los cardos dejándolos desnudos

En la vasija de madera donde las ciruelas forman un montón oscuro y húmedo

la enorme mosca azul dibuja un trazo incomprensible

tan diferente a las rigurosas figuras anaranjadas de los vasos del verano























Primero el estupor como un bien estético corrosivo

de la otra orilla la perplejidad

como quién suelta a la tormenta

la vaina de un grano de trigo y la sigue con los ojos

suena el teléfono del comedor

se inicia el cosquilleo del riego automático que cubre el jardín

alguien contesta y habla

un cuerpo compacto rompe otra vez la superficie del agua

Avanza hasta la sección política

-Se han quebrado los preciosos equilibrios del gobierno

se espera un cambio de gabinete para los próximos días-

adentro quebrado el tallo de la semejanza

un trozo de acero en la pupila que impide al ojo ver su gemelo























Víctor Sarmiento comprende el tedio

acaso su veneno más mortífero y seguro,

que con la aguja del cartílago

destruye mas allá de la aversión

Un cuerpo flota como los manatíes

en medio de los hígados y el miedo

giran los engranajes concéntricos

los tallos de los juncos cruzan la superficie del agua




















Escucha el repentino estallido del aspa

las ramas viejas comprimidas en vasijas

arrojados sobre la hierba martillos

y el agua aproximándose en trazos cortados sobre el aire

el cuerpo dormido en la superficie de hule

las palmas de las manos vueltas hacia el agua

el antebrazo estático las pulsaciones

de pronto el golpe metálico de la podredumbre

se arrastra hacia el fuego y la desaparición

Toma una ciruela madura y la lleva hasta su boca

la sombra de las grúas cae en el vértice del jardín

un pie desciende a la ceguera

























La casa está en silencio

y este silencio es una obstinada brasa

El mecanismo funciona por simple succión,

entre el respiradero y la hoja de metal, el aire escasea

y los trozos salen disparados por el conducto de los desechos

el rugido la respiración entrecortada

Hubo un tiempo en que la fatiga precedía al descubrimiento

un tiempo en que sus rasgos le daban una extraña tranquilidad

como la frágil cubierta de una larva en simbiosis con la raíz del nogal

El jardinero pasa la cortadora de pasto

donde la hierba crece con más fuerza





























La luz se debilita. Anochece.

Víctor Sarmiento en posición fetal sobre su cama

el ligero hundimiento el arco de la espalda la luz lateral encendida

su cuerpo encorvado y tibio frente al destello

Un paso y otro más saciado

ya no espera la quemadura de la vigilia

Los ciervos escarban en los junquillos de los muros

en donde la pesadilla se multiplica

Cruza su rostro el látigo de luz desde la curvatura

donde el tronco hinchado de un animal

encalla en la ribera del río luego de la inundación

el hambre es la próxima catástrofe



























Víctor Sarmiento comprende el tedio

Con la frágil brutalidad del oso polar

flotando en la espesura del pozo transparente cautivo

Los rayos del sol cayéndole por la espalda

el grito del otro lado del reflejo

No existe nada más tedioso que el hambre

el continuo mecanismo que lleva al oso polar más allá de la superficie

donde una mano sostiene un trozo de carne sobre su mandíbula




























Comprende además la combustión del desengaño

como si fuera la brutal persistencia de un espejismo

a tientas en el hueco del sueño desprovisto

un ojo cortado flota entre los juncos






























Víctor Sarmiento comprende el tedio

Dejándolo paralítico en un lugar

en donde los surcos del hastío, inverosímiles

profundos sobre la roca, como una plaga

encuentran un acantilado sin tiempo.

Luego de la saciedad

el bulto cartilaginoso cae

a través de la garganta

























Con la piel quemada por el clavo de la persistencia

el sueño y la desaparición emergen en las mismas coordenadas

La quijada de la oscuridad traga los redondos caballos de hule

y el agua contenida que aún tiembla en el gigantesco cántaro

abierta sobre la cama, la edición en inglés de Latin American Trade

-Carlos Slim, el hombre más rico de Latinoamérica,

ha acumulado la mayor colección de Rodin fuera de Europa-

La lenta extremidad del vapor se desplaza por el cielo raso

convierte la luz en un extraño vestigio

el agua escurre por la tuberías

En la celda del hastío el oído es un prisionero desnudo

He aquí las horas del rencor




























Víctor Sarmiento comprende el tedio

Deseando la resignación de la ceguera

del cuerpo que tropieza en una casa en llamas

a punto de caer y en la boca

una lengua confusa y atónita

La cáscara trizada desde adentro por la inconfundible voluntad

En la humedad de los helechos, la persistencia

con las manos enterradas en el fango una pupila empuña los segundos

del otro lado del sueño un contorno se aproxima y le besa los labios

una caída entonces la repentina brasa

las pulsaciones una plaga que se alimenta de la memoria

El agua está en calma

el dispersor corta el grito estático del trazo

ruge el aspa y levanta las partículas del hueso pulverizado
































Mas, contiene el aliento, mientras el vapor oculta los objetos

la simetría de la clavícula el cuello desprendido

las caderas húmedas el abdomen

Esa silueta basta

para desprender un desgarro y darle nueva vida al silencio

Urdido al vacío el tambor del desamparo

Su amor hambriento en la celda

Recobrada. La podredumbre habló como lo haría la carne



































Recuerda, una alegría conmovedora,

la risa tardes en que había amado tanto

ahora, la aparición de las palabras es una aguja

y el silencio un huésped, que imita su rostro para hablarle de sí mismo

En la niebla, convertidos en fragmentos, los rasgos inmóviles de la certeza;

las vasijas y los utensilios de fierro forjado el abismo

de los aparatos de la cocina, el estudio, los dormitorios

el hueco de la chimenea, los libros de Munch y de Hopper

las piedras de la terraza, el jardín rigurosamente organizado

en el corredor se asoma un ciervo

cegado de pronto por el destello






































Llamó a esto el desvergonzado hastío

a menudo el volumen y el silencio

en el humus donde la lombriz persiste

un asno se pudre entre los geranios

la lluvia, el vapor de las piedras trizadas

noviembre el tórax hundido la oreja








































Luego del habla

el grito vencido del interior de la carroña